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aina sebastia

Para empezar el año con la consciencia tranquila debería confesar que no cumplí ninguno de mis dos grandes propósitos para el 2020: no empecé a estudiar “Liderazgo en Sostenibilidad” en Gotland, Suecia, ni aguanté un año sin comprar ropa.

Lo más gracioso es que me aceptaron en la Universidad de Uppsala para ingresar como alumna en agosto del 2020, una meta que en su momento parecía inalcanzable, pero mi reto sin compras solo aguantó intacto hasta mayo. Con la llegada del confinamiento en Barcelona todos mis planes para el año, mis prioridades y necesidades se fueron al traste. Aun así, gracias a este failed challenge, he aprendido algunas cosas.


La iniciativa de Marieke van den Berg

Descubrí el reto #TheNoBuyChallenge a finales de 2019, cuando mi interés por la sostenibilidad estaba en su punto más obsesivo. No usaba bolsas de plástico; cambié el papel film por papel de cera de abeja; evitaba tomar bebidas embotelladas en plástico; compraba a granel siempre que podía; e incluso dejé de tomar queso porque siempre iba envuelto en algún tipo de material difícil de reciclar. Pero no solo estaba obsesionada con la sostenibilidad en la cocina: hacía tiempo que había dejado de comprar en marcas como Inditex o Mango; empezaba a interesarme por las prendas de segunda mano; y quería aprender a reparar mi ropa para alargar su vida útil.

Y entonces encontré a Marieke van den Berg en Instagram.

Podría hacer una lista interminable de todos los perfiles sobre sostenibilidad que sigo en esta plataforma, desde marcas de productos de limpieza biodegradables, a colectivos para lanzar proyectos de impacto cero pasando por influencers que intentan vivir bajo el concepto zero waste. Pero de entre todos ellos, el perfil de Marieke me pareció especialmente interesante por su forma de entender la moda.

Marieke, quién lidera una iniciativa llamada The Green Girls Club, se propuso a finales de 2018 no comprar ropa ni complementos durante los 365 días del año siguiente y vestirse únicamente con la ropa que ya tenía en su armario. Tengo que hacer un poco de spoiler para decir que no solo lo consiguió, sino que además lo documentó, creó un hashtag y lo hizo viral. Y obviamente, la gente de Medium le pidió que lo contara. Goed werk Marieke, que dirían los holandeses.


Mi #TheNoBuyChallenge fallido

Para seguir con mi momento de confesiones debo decir que ese otoño, viviendo de nuevo en casa de mis padres y con grande parte del sueldo por ahorrar/gastar, me había provisto de algunos goodies. Una chaqueta de Laagam, una falda de Monki o unos tejanos Levi’s habían sido mis últimas fashion smart decisions. O eso creía, porque en realidad comprar había sido la manera de sentirme preparada para afrontar el reto de no comprar. Qué gran insensatez.

Quizás por eso, cuando les conté a mis amigas cuáles eran mis objetivos sostenibles para 2020, no pudieron evitar soltar una sonrisita burlona de incredulidad. Pero en vez de hacerme reflexionar, sus comentarios irónicos sobre mi reto durante nuestra última comida del año solo hicieron que quisiera demostrarles con más fuerza que era capaz de lograrlo.

Así que cuando empezó el nuevo año estaba lista: tenía el armario lleno de ropa y lo único que tenía que hacer era no comprar nada. No gastar ni un minuto pensando en ropa, ni un euro en un e-commerce. Me di de baja de todas las newsletters, hice unfollow de todos los perfiles en redes sociales y reporté todos los anuncios que me aparecieron en Instagram para dejar de ver todo aquello que me había prohibido tener.

Y sentí mucha ansiedad.

Ansiedad por querer comprar todo aquello que no necesitaba; por sentir el peso de mis decisiones; por mi compromiso con el reto; y también por demostrar a los demás que era capaz de hacerlo. Pero a la vez sentía que estaba yendo contra mi propia naturaleza: reprimía un deseo que se me volvía cada vez más fuerte, más intenso. Hasta el punto en que empecé a detestar la ropa que tenía y a hacer listas de lo que compraría más adelante, cuando “pudiera” hacerlo. ¿Qué sentido tenía el esfuerzo que estaba haciendo si solo me estaba reprimiendo?

Fue cuando me di cuenta de que las compras habían funcionado para mí como una manera de distraerme, de evadirme, de soltar presión y estrés. De poner apagar la mente y hacer algo mecánico que me producía una satisfacción inmediata. Se había convertido en un mood lifter adictivo y con más impacto en mi estabilidad emocional de lo que me imaginaba.

Pero llegó el confinamiento y el sentido de la ropa cambió. De repente me vi vestida todo el día con leggins y sudadera, trabajando desde casa, tumbada en el sofá durante el fin de semana y haciendo deporte en el pasillo cada mañana. No importaba qué ropa llevase, solo quería sentirme cómoda. Mi relación con el reto también cambió: rompí mi compromiso por primera vez cuando, tras poder salir a hacer deporte al exterior decidí comprarme unas zapatillas adecuadas para mis paseos y mi rodilla extraviada.

A pesar de ser una necesidad (utilizar mis antiguas Nike era un atentado contra mi salud articular), sentí que estaba haciendo algo prohibido, algo que estaba mal. Sentí culpa y miedo de la reacción de aquellos a los que había querido aleccionar con mi reto y con la necesidad de reducir el consumo. Sentí que había fallado y el peso de las supuestas consecuencias me atormentó durante días.


Lo importante es empezar

Durante los 5 meses durante los que seguí el #TheNoBuyChallenge entendí que no tenía ningún sentido sentir toda esa ansiedad por una decisión que había tomado voluntariamente con la mejor de las intenciones. Tener un impacto positivo en la tierra debía ser más fácil, más agradecido y menos frustrante.

Así que sentí un alivio increíble cuando vi las respuestas de la activista y autora austríaca Madeleine Darya Alizadeh, más conocida como dariadaria, en la red. Hacía algunos días que Made había pedido a sus followers ayuda para encontrar un abrigo nuevo en una tonalidad determinada. Obviamente ya tenía otros abrigos, pero buscaba uno en concreto, de una marca sostenible y asequible (el deseo de todes, ¿no?). Ante las críticas por consumista y avariciosa, ella respondió que jamás dejaría de comprar ropa, ya que era su pasión y su profesión, pero que siempre lo haría de forma consciente y tan sostenible como le fuera posible. ¡Touché!


Doce meses más tarde sigo admirando mucho la determinación de Marieke, pero he entendido que no todos debemos comprometernos con la sostenibilidad de la misma manera: cada individuo debe encontrar su propia forma de contribuir a la causa. Esta debe ir acorde a su voluntad y a su capacidad de comprometerse, a sus posibilidades y a sus necesidades reales. Debemos ser realistas y avanzar convencidos, aunque eso nos obligue a ir más despacio o a tener un impacto menor. Lo importante es empezar.

Aina,

1 comentario

  1. […] algunas semanas escribía sobre mi #TheNoBuyChallenge fallido y de cómo me había ayudado este reto frustrado a reformular mi compromiso con el mundo de […]

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