Cada vez me cuesta más encontrar momentos para leer, y este mes no ha sido una excepción. Por suerte, las lecturas de febrero han sido bastante redondas: dos autoras nórdicas que están entre mis favoritas, y un pequeño descubrimiento de literatura juvenil han sido los responsables de mis buenos ratos lectores.
Aus migratòries, de Marianne Fredriksson
“Esta es la historia de dos mujeres que se convierten en amigas”
No me podía imaginar una mejor introducción para el libro de Marianne Fredriksson que me regaló Clàudia en Navidad. Porque, casualmente, las protagonistas de “Aus migratòries” se parece mucha a nosotras: dos mujeres que se encuentran por casualidad y que, aunque las separa un gran abismo, consiguen construir una amistad tierna y madura.
Una de las protagonistas es Mira, una exiliada que llegó a Suecia huyendo de la dictadura militar de Augusto Pinochet. Una vez instalada en el país escandinavo, con su marido y sus hijos, tuvo que adaptarse al carácter independiente y al trato frío y calculado de sus nuevos conciudadanos. Unos conciudadanos con los que nunca ha llegado a conectar. Pero eso cambia cuando coincide con Inge, la otra protagonista. Inge es una profesora jubilada que vive sola en una casita adosada con jardín. Educada, distante y estricta con ella misma, su forma de ser y de relacionarse responden al clásico estereotipo de mujer sueca de mediana edad. Un cliché que, como un muro de acero, está a punto de ser derrumbado.
Quizás por la sensibilidad, por el estilo ligero o por los personajes tan plausibles y humanos que dibuja Fredriksson he disfrutado con todas y cada una de sus novelas. Y no sería capaz de elegir una de favorita de entre todas ellas, aunque este primer título de mis lecturas de febrero me ha sabido a gloria. De la misma manera que no podría escoger un único motivo por el cual afirmar, rotundamente, que leer esta autora es siempre un inmenso placer.
L’illa del carrer dels Ocells, de Uri Orlev
El segundo libro de mis lecturas de febrero fue “L’illa del carrer dels ocells“, de Uri Olev. Formaba parte del corpus de libros a elegir para participar en el club de lectura de una de las asignaturas del máster que estoy estudiando, así que leerlo no fue decisión propia. Y, aunque no lo empecé muy ilusionada, tengo que confesar que me acabó gustando.
Es la historia de Alex, un niño judío que vive en el gueto de Varsovia y que, tras la desaparición de su madre y la deportación de su padre, se queda solo. El pequeño sobrevive en un barrio desierto, escondido primero en un búnker y más tarde en una despensa, desde la que puede observar el ritmo cuotidiano de la capital polaca. Su lucha por la supervivencia, por conseguir comida y por permanecer escondido, consiguieron engancharme y desear, constantemente, que su historia terminada de la mejor manera posible.
Lo más interesante es que “L’illa del carrer dels ocells”, traducida al castellano como “Una isla entre las ruinas“, es un libro semi-autobiográfico. Yurek Orlovsky, el nombre real del autor, vivió en el gueto de Varsovia, del cual consigió huir infiltrándose en la parte polaca de la ciudad. Más tarde, por miedo a ser descubierto, le trasladaron a una casa aislada en el campo, pero tristemente fue enviado al campo de concentración de Bergen-Belsen. Tras dos años allí, su tía consiguió los papeles para mandarle, a él y a su hermano, a Israel, donde se instalaron en el Kibutz Guenigar.
Con el tiempo, Uri Orlev se hizo escritor y, de entre muchas de las historias que escribió, contó su propia vida en este libro de literatura juvenil.
Trología de Copenhaguen, de Tove Ditlevsen
El tercer y último título de mis lecturas de febrero fue “Trología de Copenhaguen“, de Tove Ditlevsen. Descubrí esta autora a principios del 2021 gracias a la preciosa edición que Penguin Classics publicó sobre sus autobiografía en tres volúmenes: Infancia, Juventud e Independencia. Pero no fue hasta estas Navidades que me hice mi propio ejemplar: uno de mis libros del #Jolabokflod que celebramos en casa de mis padres en Noche Buena.
La historia de Tove Ditlevsen es sórdida, a veces triste y a veces increíble. Nacida en el sí de una familia obrera, desde bien pequeña supo que quería escribir. Lo hacía a escondidas, en forma de poesía, en su diario secreto que tenía que esconder de los comentarios machistas de su padre y de las burlas de su hermano mayor.
Para poder escribir se casó con un viejo editor obsesionado con el color verde, quién no le perdonó jamás cuando Ditlevsen le abandonó. Conoció al amor de su vida poco después: un estudiante universitario algo perdido con quién se casó y tuvo una hija. Pero su felicidad marital no duró mucho. Durante uno de sus abortos, Tove conoció a su tercero y penúltimo marido, quién le suministró morfina a diario durante años. Debido a la adicción, la escritora se apartó de su carrera literaria y también de aquellos que más quería.
En 1976, tras haber luchado gran parte de su vida adulta contra sus adicciones, Tove Ditlevsen se suicidó con una sobredosis de somníferos.
Esta es, sin duda, una historia sobrecogedora que me ha entristecido por las circunstancias a las que tuvo que hacer frente la autora. Pero, a la vez, me ha hecho admirar todo lo que llegó a conquistar y a conseguir en su corta y turbulenta vida.
¿Y en marzo qué?
Este mes de marzo se presenta movidito, con mi vuelta al colegio para continuar mis prácticas y menos tiempo para leer. Aun así, tengo encima la mesa “Nubosidad variable“, de Carmen Martín Gaite, que es la elección del Club Bovary. También tengo pendiente “Los paraísos perdidos”, de Lourdes Mínguez y seguramente aprovecharé el #MarzoAsiático para releer algún Murakami.
Aina,
[…] coles de Bruselas hasta la extenuación, quedar con mi hermana para pasear, nadar en silencio, leer autoras nórdicas, comer donuts veganos de Arecca e incluso nos fuimos a Madrid a pasar el último fin de […]