Me gustaría encontrar un par de adjetivos para describir este mes de febrero. Pero cuando lo intento me doy cuenta de que en estos días han pasado muchísimas cosas, demasiadas para resumirlas en un par de palabras. En febrero he tocado fondo, he pedido ayuda, he vuelto a la superficie y he retomado la ilusión. He pasado del 0 al 100 en 28 días.
La tercera dosis y mi TDPM
Nunca he hablo aquí de mi Trastorno Disfórico Premenstrual. Es algo reciente en mi vida, a diferencia de mis intolerancias alimentarias y de mis eternos problemas digestivos. Es reciente porque descubrí que lo sufría a finales del 2021, cuando relacioné mis fuertes cambios de humor con mi ciclo menstrual. Al comentarlo con mi psicóloga y mi psiquiatra rápidamente me hablaron de este fenómeno femenino tan poco conocido.
No quiero centrar este post en el TDPM, ya que me gustaría escribir sobre ello más adelante. Creo que es demasiado desconocido teniendo en cuenta la cantidad de mujeres que lo sufren y lo fuerte que puede ser su impacto en nuestro día a día. Para que os hagáis una idea, padecer TDPM es como experimentar los síntomas premenstruales multiplicados por 10, durante muchos más días. En mi caso, estos síntomas duran unos 15 días, medio mes. O lo que es lo mismo, medio año, media vida.
El 20 de enero acudí a por mi tercera dosis de la vacuna contra el Covid y, sorpresa, esa toma alteró todo mi sistema hormonal. Al cabo de 10 días mis síntomas se habían disparado, haciéndome pasar de un estado de ánimo estable, normal, a una depresión intensa y aislante. Me sentía triste en todo momento, desganada e incómoda con todo. No me aguantaba a mi misma.
Por suerte, tras hablar de nuevo con mis médicas y de recibir el tratamiento adecuado, mi estado de ánimo y mi salud mental han vuelto a la “normalidad”. Pero he visto la oscuridad de nuevo muy cerca.
Focalizar en aquello que me apasiona
Para recuperarme decidí hacer todo aquello que me gusta: brunchear con Joan, volver a las clases de costura de Bibi, cocinar coles de Bruselas hasta la extenuación, quedar con mi hermana para pasear, nadar en silencio, leer autoras nórdicas, comer donuts veganos de Arecca e incluso nos fuimos a Madrid a pasar el último fin de semana.
¿Hay vida después del #Veganuary?
A pesar de no haber seguido el Veganuary de forma estricta, este nuevo estilo de vida parece haber hecho mella en mí. Como si fuera algo gradual que va a más con el paso del tiempo, cada vez me he sentido menos atraída por aquellos ingredientes que antes me volvían loca, como el queso o el huevo. Hasta el punto de sentir auténtico asco al abrir una pizza de trufa precocinada o al preparar una tortilla en casa.
Por eso, durante este mes de febrero, mi dieta ha sido casi vegana, y he seguido haciendo cambios a pesar de que el reto del Veganuary haya terminado. Aun así, mi planteamiento sigue siendo el mismo: no quiero obsesionarme, no quiero volverme rígida e inflexible con mi alimentación. El veganismo será poco a poco y sin remordimientos o no será 💪
Mis ratos de costura
Durante este mes de febrero he cosido la que es, desde el primer momento, una de mis prendas favoritas. Se trata de la sudadera Didi de la revista Fibre Mood. Me la cosí con un algodón afelpado de color empolvado, un rosa suave y algo apagado que me encanta, y escribí sobre la necesidad de revisar los estereotipos sexistas en relación con este color. El tejido es tan suave y el diseño tan cómodo que me la he puesto ya un montón de veces.
Además, he vuelto a las clases de costura de Bibi de Sutura Patterns en Duduá, este pequeño espacio creativo en el barrio de Gràcia. Durante las primeras sesiones de este curso he cosido un delantal de estilo japonés que me ha vuelto algo loca, por mi perfeccionismo y mi obsesión por hacer cuadrar las líneas de la tela. También he cosido los tops más cómodos que he usado nunca: se acabó comprar ropa interior.
Estos ratos en compañía de otras mujeres que también cosen, o a solas en casa con mi máquina preparando mis propios proyectos, me resultan tan estimulantes y energizantes que se han vuelto indispensables para mi salud mental.
El refugio de la lectura
Este mes de febrero la lectura se ha convertido en un apoyo, en un espacio seguro. En tiempo para mí, para disfrutar como antes. Empecé “Aus migratòries” cuando aún estaba muy triste, esperando encontrar en Marianne Fredriksson el consuelo y la calidez de siempre. Y así fue. Sentí a sus personajes muy cerca, su historia tan humana, que conseguí no sentirme tan sola y extraña.
Cuando tomé la autobiografía de Tove Ditlevsen empezaba a notar una leve mejoría en mi estado de ánimo. Me sentía capaz de enfrentarme a la vida dura y áspera de la autora. Pero lo hice desde la empatía, y eso me hizo leer un relato único. La unión entre sus palabras y mis vivencias han hecho de la lectura de “Trilogía de Copenhaguen” una experiencia única y su recuerdo quedará en mí por mucho tiempo.
Escapada a Madrid
Antes de la llegada de la pandemia, Joan solía ir a Madrid una vez al año, por lo menos, para asistir a la feria de arte ARCO. De hecho, en 2020 fue el último viaje que hizo y el virus ya estaba llamando a nuestras puertas. Este año, tras un 2021 en blanco, decidimos ir juntos por primera vez.
Y no había pisado Madrid desde el 2018 y mi último viaje fue en el otoño del 2019, así que estaba ansiosa por salir de nuestra pequeña burbuja y pasar unos días fuera. Sinceramente, no me importaba mucho el dónde. Solo sentía la necesidad imperiosa de desaparecer unos días con Joan, pasear sin rumbo, comer bien y descubrir cafeterías nuevas, visitar librerías y charlar con desconocidos.
Esos cuatro días fuera de casa tuvieron el mismo efecto en mí que dos semanas de vacaciones frente al mar. Volví contenta, relajada, agotada de reírme, con un montón de recuerdos nuevos y habiendo visto y hablado de arte por los codos. Por primera vez en meses conseguí desconectar.
¿Y en marzo?
Llevo esperando el mes de marzo desde que empezó el 2022. El motivo principal es que mis clases en la universidad se han terminado y empieza mi segundo periodo de prácticas en el colegio. Siento que necesito estar rodeada del ritmo y la energía de los adolescentes, de escucharles y poder ayudarles, de enseñarles lengua y de poder conocerles un poquito más.
Jamás me hubiese imaginado haciendo este trabajo, pero ahora no puedo imaginarme haciendo otra cosa. Estos pensamientos me hacen muy feliz y me dan fuerzas para saltar de la cama cada mañana.
Aina,